Lo justo a la hora de abordar este tema es tener claros los
conceptos de Inteligencia Colectiva como punto de partida y de cibercultura como
punto de llegada, y con la que se establece una íntima relación.
¿Qué es inteligencia
colectiva?
Para definir qué es la inteligencia colectiva, recurriremos
a Pierre Levy en algunos apartes de su libro dedicado específicamente a tratar
este tema: “Inteligencia Colectiva, por una antropología del ciberespacio”
(2004), donde dice de manera muy sintética y precisa que es una inteligencia repartida en todas partes, valorizada
constantemente, coordinada en tiempo real, que conduce a una movilización
efectiva de las competencias. Antes de pasar a explicar cada una de las
partes de esta definición es importante hacer una salvedad, indicada por el
mismo autor: que el fundamento y el objetivo de la inteligencia colectiva es el
reconocimiento y el enriquecimiento mutuo de las personas, y no el culto de
comunidades fetichizadas o hipóstasiadas.
Una inteligencia repartida en todas partes: tal es nuestro
axioma de partida. Nadie lo sabe todo, todo el mundo sabe algo, todo el
conocimiento está en la humanidad. No existe ningún reservorio de conocimiento
trascendente y el conocimiento no es otro que lo que sabe la gente. La luz del espíritu brilla incluso allí donde
se trata de hacer creer que no hay inteligencia: “fracaso escolar”, “simple
ejecución”, “subdesarrollo”, etcétera. El juicio global de ignorancia se torna
contra el que lo emite. Si lo asalta la
debilidad de pensar que alguien es ignorante, busque en qué contexto lo que él
sabe se convierte en oro.
Una inteligencia valorizada constantemente: La inteligencia es
repartida por todas partes, es un hecho. Pero se hace necesario ahora pasar del
hecho al proyecto, pues esta inteligencia a menudo despreciada, ignorada,
inutilizada, humillada no es valorada con justeza. Mientras que nos preocupamos
cada vez más por evitar el despilfarro económico o ecológico, parece que se
derrocha impetuosamente el recurso más precioso al rechazar tomarlo en cuenta,
desarrollarlo y emplearlo dondequiera que se encuentra. Desde el boletín
escolar hasta los gráficos estadísticos en las empresas, desde modos arcaicos
de gestión hasta la exclusión social por el desempleo, asistimos hoy a una
verdadera organización de la ignorancia de la inteligencia de las personas, a
un espantoso desperdicio de experiencia, de competencias y de riqueza humana.
La coordinación en tiempo real de las inteligencias implica
ajustes de comunicación que, más allá de cierto umbral cuantitativo, solo
pueden basarse en tecnologías numéricas de la información. Los nuevos sistemas
de comunicación deberían ofrecer a los miembros de una comunidad los medios
para coordinar sus interacciones en el mismo universo virtual de
conocimientos. No se trataría pues solo
de concebir el mundo físico ordinario, sino también de permitir a los miembros
de colectivos delimitados de interactuar dentro de un paisaje móvil de
significaciones. Acontecimientos, decisiones, acciones y personas estarían
situados en los mapas dinámicos de un contexto compartido, y transformarían
continuamente el universo virtual dentro del cual toman sentido. En esta
perspectiva, el ciberespacio se convertiría en el espacio inestable de las
interacciones entre conocimientos y conocientes de colectivos inteligentes
deterritorializados.
Conducir a una
movilización efectiva de las competencias. Si se quiere movilizar
competencias habría que identificarlas. Y para localizarlas hay que
reconocerlas en toda su diversidad. Los conocimientos oficialmente validados
solo representan hoy una ínfima minoría de los que son activos. Este aspecto del reconocimiento es capital
porque no tiene solo por finalidad una mejor administración de las competencias
en las empresas y los colectivos en general, posee también una dimensión ético-política. En la edad del conocimiento, no reconocer al
otro en su inteligencia, es negar su verdadera identidad social, es alimentar
su resentimiento y su hostilidad, es sustentar la humillación, la frustración
de la que nace la violencia. Sin embargo, cuando se valoriza al otro, según la
gama variada de sus conocimientos se le permite identificarse de un modo nuevo
y positivo, se contribuye a movilizarlo, a desarrollar en él, en cambio,
sentimientos de reconocimiento que facilitarán como reacción, la implicación
subjetiva de otras personas en proyectos colectivos.
El ideal de la inteligencia colectiva implica la valoración
técnica, económica, jurídica y humana de una inteligencia repartida en todas
partes con el fin de desencadenar una dinámica positiva del reconocimiento y de
la movilización de las competencias.
¿Qué es la
cibercultura?
La definición de cibercultura, puede ser extractada desde la
descripción que hace Prensky, de la sociedad estudiantil actual, al inicio de
su publicación “Nativos e inmigrantes digitales” (2010):
Los estudiantes del Siglo XXI han experimentado un cambio
radical con respecto a sus inmediatos predecesores. No se trata sólo de las
habituales diferencias en argot, estética, indumentaria y ornamentación
personal o, incluso, estilo, que siempre quedan patentes cuando se establece
una analogía entre jóvenes de cualquier generación respecto a sus antecesores,
sino que nos referimos a algo mucho más complejo, profundo y trascendental: se
ha producido una discontinuidad importante que constituye toda una
“singularidad”; una discontinuidad motivada, sin duda, por la veloz e
ininterrumpida difusión de la tecnología digital, que aparece en las últimas
décadas del Siglo XX.
Los universitarios de hoy constituyen la primera generación
formada en los nuevos avances tecnológicos, a los que se han acostumbrado por
inmersión al encontrarse, desde siempre, rodeados de ordenadores, vídeos y
videojuegos, música digital, telefonía móvil y otros entretenimientos y
herramientas afines. En detrimento de la lectura (en la que han invertido menos
de 5.000 h), han dedicado, en cambio, 10.000 h a los videojuegos y 20.000 h a
la televisión, por lo cual no es exagerado considerar que la mensajería
inmediata, el teléfono móvil, Internet, el correo electrónico, los juegos de
ordenador... son inseparables de sus vidas.
Resulta evidente que nuestros estudiantes piensan y procesan
la información de modo significativamente distinto a sus predecesores. Además,
no es un hábito coyuntural sino que está llamado a prolongarse en el tiempo,
que no se interrumpe sino que se acrecienta, de modo que su destreza en el
manejo y utilización de la tecnología es superior a la de sus profesores y
educadores.
“Diversas clases de experiencias conducen a diversas
estructuras cerebrales”, afirma textualmente, al respecto el doctor Bruce D.
Berry, de la Universidad de Medicina de Baylor, cuya afirmación nos hace pensar
que, debido a dicha instrucción tecnológica, los cerebros de nuestros jóvenes
experimenten cambios que los convierten en diferentes a los nuestros.
Esta misma realidad viene sintetizada en el artículo de Teresa
Ayala Pérez, “Lenguaje y Cibercultura.
¿Identidad versus tecnología?”(2010) del siguiente modo: en las últimas décadas
las tecnologías de la información han provocado importantes cambios culturales
y han dado origen a la llamada cibercultura (Castell, 1996; Kerckhove, 1997;
Joyanes, 1997; Lévy, 2001) que ha modificado el entorno social, los productos
culturales y las formas de comunicación e intercambio de información. Según
Cabero Almenara (2007), las características de este contexto cultural son las
sociedades globalizadas que giran en torno a las TIC, con nuevos sectores
laborales, exceso de información y la velocidad del cambio; asimismo, implica
cambios cognitivos (Small, 2009; Tapscott, 2009; Carr, 2010) y diferentes
formas de socialización.
¿Cuál es la relación
que se establece entre inteligencia colectiva y cibercultura?
Con lo dicho hasta aquí resultaría casi obvio deducir la
relación entre inteligencia colectiva y cibercultura, pues si entre las características
esenciales de la inteligencia colectiva está que nadie posee el conocimiento en su totalidad, a la
vez está en todas partes, es indudable que lo que hoy permite la difusión, el
intercambio y el acceso a ese conocimiento, que sin estar concentrado en un
solo lugar, es accequible a todos y
desde cualquier lugar, resulta posible gracias al auge de las nuevas tecnologías.
Pero resulta también una relación inversa: es la suma de todo ese conocimiento
fragmentado, que puesto en común ha permitido desarrollos inesperados en todos
los campos del saber, pero de manera particular en lo que tiene que ver con las
tecnologías de la información y las comunicaciones.